Soplos de eterna juventud. 100 breves poemas para descubrir la poesía de Grecia y Roma (Hiperión, 2024) es una selección para introducir al lector en la poesía clásica. Una de las características del libro de la que me siento más satisfecho, y que lo distinguen de otras antologías, es su estructura. Los poemas no están organizados, como es lo habitual, por autores o géneros, sino en cuatro secciones que constituyen unidades temáticas y tonales. Con ello he intentado que el conjunto resulte variado y ameno, constituya en sí mismo una especie de viaje y se asemeje más a un poemario que a un libro de texto.
Parte 1: erotismo y vitalidad
El libro comienza con un tono vitalista, girando alrededor de una familia de temas que son los que primero se suelen asociar con la poesía lírica: el deseo, el amor —casi siempre fuera del ámbito conyugal—, la belleza, la juventud… Si surge una melancolía, adquiere casi siempre la forma de una incitación a valorar el momento:
Desgraciado el que pasa sin amor por la vida:
sin pasión es difícil realizar cualquier cosa.
Yo mismo me hago viejo y, aun así, cuando veo
a Jenófilo, vuelo como un rayo de rápido.
No evitéis el deseo, perseguid la dulzura:
el amor es la piedra donde se afila el alma.
(Antología griega, libro XII, epigrama 18)
Hay espacio también en esta primera parte del libro para una reivindicación de la literatura que trata de este tipo de temas “menores”, en comparación, entiéndase, con los grandes asuntos de la épica y la tragedia:
Yo soy el gran poeta de los versos ligeros.
No me admiras, lector, pero me quieres.
Que el grande cante al grande, lo mío es lo pequeño:
lo que quiero es estar entre tus manos.
(Marcial, Libro de epigramas IX, epigrama introductorio)
Parte 2: sátira y sexualidad
La segunda sección del libro está dedicada a una de las tradiciones maltratadas de la historia de la poesía occidental: un tipo de expresión poética que tiene su origen en el yambo, que luego se expresó a través del epigrama y de la sátira, y que trata temas de crítica social y sexualidad, a menudo de una forma directa y descarnada. Los prejuicios estéticos y morales ante este tipo de poesía, especialmente a partir del romanticismo, explican el extrañamiento que produce en algunos lectores actuales, pero cabe recordar que eso no siempre ha sido así: una parte de la producción de Quevedo, por poner solo un ejemplo, no se explica sin la valoración de esta tradición yámbica.
Os daré por el culo y por la boca,
¡Aurelio, maricón! ¡Furio, nenaza!,
que por mis versos, porque son dulzones,
decís de mí que soy poco decente.
Conviene que el poeta sea casto,
sus versos no es preciso que lo sean,
pues estos solo tienen sal y encanto
si son desvergonzados y con ellos
no tan sólo se empalman los muchachos,
sino también el hombretón peludo,
que a duras penas ya sus muslos mueve.
¿Vosotros por leerme mil y un besos,
por eso me juzgáis muy poco hombre?
Os daré por el culo y por la boca.
(Catulo, Poema 16)
Parte 3: moral y saber
Llega después el momento de ponerse serios. Los antiguos hallaron primero en la elegía, pero luego también en la lírica e incluso el epigrama, vehículos para la reflexión existencial y moral. Entre los romanos prevalecería la idea del verso como una forma de tratar bellamente temas procedentes de la filosofía (docere delectando), pero entre los griegos arcaicos y durante mucho tiempo el verso fue la propia materia del pensar.
Lo que hace la vida más hermosa,
mi querido Marcial, es lo siguiente:
una hacienda heredada sin esfuerzo,
un campo agradecido, un sitio estable,
vivir sin compromisos y sin pleitos,
un vigor natural, un cuerpo sano,
prudencia y sencillez en ti y los tuyos,
la comida frugal, la mesa sobria,
las noches sin excesos ni problemas,
un lecho sin rigor, pero decente,
un sueño que haga breve la hora oscura,
querer ser lo que se es, no envidiar nada,
ni temer ni anhelar el fin de todo.
(Marcial, Libro de epigramas X, epigrama 47)
Parte 4: epitafios y otros modos de lo triste
La última parte se consagra a epitafios —poemas fúnebres— y poemas relacionados con sentimientos de pérdida como el desamor. Tratando el tema de la muerte dieron los griegos y romanos, en todas sus variadas maneras de enfrentarse a ella, algunos de sus poemas más conmovedores.
Filipo entierra aquí, en esta tierra, a su hijo
Nicotelo, de doce años, y, junto a él,
todas sus esperanzas.
(Calímaco, Epigrama 19)
Pero también algunos de los más vitalistas:
No te lloro, mi amigo, porque muchos momentos
felices has vivido, con tu porción de penas.\
(Antología griega, libro IV, epigrama 56)